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-No sé que le ha pasado -la voz de Alec sonaba lejana, pero aún así se podía percibir un atisbo de preocupación en ella.
-Tal vez tenga hambre. Ya sabes como son los humanos -la palabra "humanos" salió con repugnancia de la boca de Nadine. Aunque sabía poco sobre ella, no me era difícil imaginarme que los de mi especie (por llamarnos de algún modo) no le caíamos demasiado bien.
De nuevo volvió el silencio. No me atreví a abrir los ojos. No quería enfrentarme al mundo en el que ahora me veía envuelta, era demasiado para mí.
Entonces lo recordé. El chico de la escalera que estaba en aquél establecimiento, la mujer a la que no le pude ver el rostro y que me agarraba de la mano... Todo me resultaba tan familiar que no pude evitar hacer un esfuerzo para recordar. Juraría que aquello ya me había pasado, que yo ya había estado allí.
Abrí los ojos lentamente, temiendo que todo lo que estaba viviendo fuera verdad. Deseaba que todo fuera un sueño, un mal sueño.
-¡Buenos días, princesa! -no pude evitar sonreír al escuchar aquellas palabras. Era una frase que siempre había adorado desde que la escuché en "La vida es bella".
Alec se había sentado en la cama, seguramente esperando a que yo despertara de mi sueño interminable. Al incorporarme, nuestros rostros quedaron a escasos centímetros. Tenía los ojos más rojos que la noche anterior. Brillaban como dos llamas de fuego. Desvié la vista unos centímetros más abajo y vi como sus carnosos labios se curvaban en una sonrisa de lo más tentadora, dejando entrever los blancos colmillos afilados.
Alejé mi cuerpo de él instintivamente, como una presa que se siente en peligro ante el gran depredador.
-Tranquila, gatita. No tienes por qué temerme -su sonrisa se ensanchó y ronroneó de forma sensual, acabando con la distancia que había entre los dos.
-¿Seguro? ¿No tendría que temer a un vampiro que ha estado a punto de matar a una de mis amigas, que más tarde me ha seguido hasta mi casa y me ha secuestrado para traerme a dios sabe dónde? -Alec soltó una carcajada y se alejó un poco de mí al oír mi tono de reproche.
-Mmm... Definitivamente no, no tendrías que temerme. Porque a pesar de que me muero de ganas de hacerlo, todavía no te he matado -su frase me dejó K.O, sobre todo por el énfasis que puso en la palabra "todavía". Tragué saliva y decidí que lo mejor era que por lo pronto no me revelase contra el monstruito con cara de ángel que tenía frente a mí.
En ese momento entró Nadine, y aunque ella también me intimidaba, debo admitir que me sentí muy aliviada de no estar más tiempo a solas con Alec.
-¿Ya estás mejor? -la dulzura de su voz me pareció realmente sospechosa. Pero a mí no me engañaba, sabía que si se comportaba bien conmigo era porque el atractivo vampiro estaba presente.
Me limité a asentir sin apartar la mirada de sus ojos azules. Una sonrisa angelical adornó su rostro. Tal vez la había juzgado mal. Puede que verdaderamente, le cayera bien a Nadine.
-Toma -ordenó lanzándome a los brazos algo que parecía ropa-. Date una ducha y vístete. Nos tenemos que ir de aquí.
Sin rechistar, me puse en pie y le dirigí una mirada a Alec, que enseguida comprendió el mensaje.
-El baño está al final del pasillo, a la derecha -contestó mientras abrazaba a Nadine por la espalda.
Sentí como la puerta se cerraba a medida que yo caminaba por el pasillo.
Todo tenía un olor dulce, como a flores o hierbas aromáticas. El lugar era oscuro y siniestro. El suelo de madera podrida crujía bajo mis pies y tenía la sensación de que el techo se haria pedazos en cuestión de segundos. Al terminar el lúgubre pasillo, había una habitación a la izquierda con la puerta entreabierta, de la que salía ese delicioso olor a naturaleza, a vida. No conseguí resistir la tentación de entrar, así que avancé hasta la puerta y la empujé con cuidado de no hacer ruído. Al entrar me llevé una gran sorpresa. Sin duda, todo aquello tenía que ser un sueño.
La habitación era grande, espaciosa y muy bien iluminada. Los grandes ventanales tenían un aire clásico, como los de las películas de princesas. Una enorme cama residía en el centro de la habitación. Todo era de un blanco inmaculado. El suelo de mármol, las cortinas con aire regio, las sábanas de seda... Era maravilloso.
Junto a la cama había una gran cómoda, sobre la que se encontraban varios frascos llenos de líquidos de distintos colores. Me acerqué y tomé uno entre mis manos. Instintivamente me lo llevé a la nariz y cerré los ojos. Rosas. Eran perfumes. Por eso olía tan bien aquella siniestra casa.
Cuando me giré para volver por dónde había entrado, me encontré con Nadine apoyada en la puerta cerrada.
-¿No te han dicho que es de mala educación entrar sin invitación? -ronroneó el hada con una voz tan dulce que ponía los pelos de punta.
Agaché la cabeza y me callé para no meterme en más líos. Alargué la mano hacia el pomo de la puerta para abrirla, pero Nadine me agarró con fuerza de la muñeca, clavándome sus uñas. Di un pequeño grito de dolor y la miré a los ojos, que se habían encendido como brasas.
-No te vuelvas a acercar a nada que me pertenezca. Esto no es tuyo, no es tu lugar, así que vete y no te vuelvas a acercar por aquí. Y por supuesto, a Alec ni una palabra de ésto -estaba tan asustada que llegó un momento en el que temblaba como un flan. ¿Quién me iba a decir que las dulces hadas de los cuentos podían ser tan agresivas?
Asentí varias veces con la cabeza y me soltó, librándome de su presa. Tenía sangre en los brazos cuando salí de aquel lugar y me encaminé por el pasillo tirando la ropa al suelo. La puerta quedaba a pocos metros de mi alcance, pero una vez más, Alec fue más rápido que yo. Reuhí de su mirada y la fijé en el suelo mientras caminaba hasta la salida. Sentía sus ojos clavados en mi espalda y, de repente, noté unos fríos dedos haciendo presión en mi brazo, reteniéndome en aquel maldito lugar.
-¿Dónde te crees que vas? -preguntó Alec ladeando la cabeza en señal de confusión, mirándome como si quisiera saber lo que pensaba.
-¿Qué dónde voy? ¿Qué dónde voy? -grité histérica- ¡Me voy al infierno! ¡Porque seguro que es mejor que ésto!
Noté una fuerte presión sobre la herida de mi brazo y grité. Alec me había agarrado fuertemente y ahora me miraba con ojos de "corderito degollado".
-Esto no es tan malo, con el tiempo te irás acostumbrando -ronroneó mientras agachaba la cabeza hacia mi brazo y pasaba su lengua por mi herida mientras me miraba a los ojos.
Me quedé tan atontada que no pude reaccionar. Seguía lamiendo mi herida hasta que no quedó ni la más mínima gota de sangre.
-Exquisita... -susurró. Sus ojos ardían como llamas de fuego mientras se erguía, acercando sus labios llenos de un líquido rojo que identifiqué como mi sangre.
Posó un dulce beso en mi cuello y me acarició la nuca, haciendo que un calor abrasante invadiese todo mi cuerpo, dejándome confusa.
Sentí su aliento frío, su respiración entrecortada y por último, sus dientes rozando mi yugular. Cerré los ojos hipnotizada y todo mi cuerpo se relajó.
-¡Alec! -Esa voz me despertó y me hizo dar un salto hacia detrás. Nadine estaba en mitad del oscuro pasillo mirándonos como si en cuestión de segundos fuese a tirarse sobre nosotros.