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-No sé que le ha pasado -la voz de Alec sonaba lejana, pero aún así se podía percibir un atisbo de preocupación en ella.
-Tal vez tenga hambre. Ya sabes como son los humanos -la palabra "humanos" salió con repugnancia de la boca de Nadine. Aunque sabía poco sobre ella, no me era difícil imaginarme que los de mi especie (por llamarnos de algún modo) no le caíamos demasiado bien.
De nuevo volvió el silencio. No me atreví a abrir los ojos. No quería enfrentarme al mundo en el que ahora me veía envuelta, era demasiado para mí.
Entonces lo recordé. El chico de la escalera que estaba en aquél establecimiento, la mujer a la que no le pude ver el rostro y que me agarraba de la mano... Todo me resultaba tan familiar que no pude evitar hacer un esfuerzo para recordar. Juraría que aquello ya me había pasado, que yo ya había estado allí.
Abrí los ojos lentamente, temiendo que todo lo que estaba viviendo fuera verdad. Deseaba que todo fuera un sueño, un mal sueño.
-¡Buenos días, princesa! -no pude evitar sonreír al escuchar aquellas palabras. Era una frase que siempre había adorado desde que la escuché en "La vida es bella".
Alec se había sentado en la cama, seguramente esperando a que yo despertara de mi sueño interminable. Al incorporarme, nuestros rostros quedaron a escasos centímetros. Tenía los ojos más rojos que la noche anterior. Brillaban como dos llamas de fuego. Desvié la vista unos centímetros más abajo y vi como sus carnosos labios se curvaban en una sonrisa de lo más tentadora, dejando entrever los blancos colmillos afilados.
Alejé mi cuerpo de él instintivamente, como una presa que se siente en peligro ante el gran depredador.
-Tranquila, gatita. No tienes por qué temerme -su sonrisa se ensanchó y ronroneó de forma sensual, acabando con la distancia que había entre los dos.
-¿Seguro? ¿No tendría que temer a un vampiro que ha estado a punto de matar a una de mis amigas, que más tarde me ha seguido hasta mi casa y me ha secuestrado para traerme a dios sabe dónde? -Alec soltó una carcajada y se alejó un poco de mí al oír mi tono de reproche.
-Mmm... Definitivamente no, no tendrías que temerme. Porque a pesar de que me muero de ganas de hacerlo, todavía no te he matado -su frase me dejó K.O, sobre todo por el énfasis que puso en la palabra "todavía". Tragué saliva y decidí que lo mejor era que por lo pronto no me revelase contra el monstruito con cara de ángel que tenía frente a mí.
En ese momento entró Nadine, y aunque ella también me intimidaba, debo admitir que me sentí muy aliviada de no estar más tiempo a solas con Alec.
-¿Ya estás mejor? -la dulzura de su voz me pareció realmente sospechosa. Pero a mí no me engañaba, sabía que si se comportaba bien conmigo era porque el atractivo vampiro estaba presente.
Me limité a asentir sin apartar la mirada de sus ojos azules. Una sonrisa angelical adornó su rostro. Tal vez la había juzgado mal. Puede que verdaderamente, le cayera bien a Nadine.
-Toma -ordenó lanzándome a los brazos algo que parecía ropa-. Date una ducha y vístete. Nos tenemos que ir de aquí.
Sin rechistar, me puse en pie y le dirigí una mirada a Alec, que enseguida comprendió el mensaje.
-El baño está al final del pasillo, a la derecha -contestó mientras abrazaba a Nadine por la espalda.
Sentí como la puerta se cerraba a medida que yo caminaba por el pasillo.
Todo tenía un olor dulce, como a flores o hierbas aromáticas. El lugar era oscuro y siniestro. El suelo de madera podrida crujía bajo mis pies y tenía la sensación de que el techo se haria pedazos en cuestión de segundos. Al terminar el lúgubre pasillo, había una habitación a la izquierda con la puerta entreabierta, de la que salía ese delicioso olor a naturaleza, a vida. No conseguí resistir la tentación de entrar, así que avancé hasta la puerta y la empujé con cuidado de no hacer ruído. Al entrar me llevé una gran sorpresa. Sin duda, todo aquello tenía que ser un sueño.
La habitación era grande, espaciosa y muy bien iluminada. Los grandes ventanales tenían un aire clásico, como los de las películas de princesas. Una enorme cama residía en el centro de la habitación. Todo era de un blanco inmaculado. El suelo de mármol, las cortinas con aire regio, las sábanas de seda... Era maravilloso.
Junto a la cama había una gran cómoda, sobre la que se encontraban varios frascos llenos de líquidos de distintos colores. Me acerqué y tomé uno entre mis manos. Instintivamente me lo llevé a la nariz y cerré los ojos. Rosas. Eran perfumes. Por eso olía tan bien aquella siniestra casa.
Cuando me giré para volver por dónde había entrado, me encontré con Nadine apoyada en la puerta cerrada.
-¿No te han dicho que es de mala educación entrar sin invitación? -ronroneó el hada con una voz tan dulce que ponía los pelos de punta.
Agaché la cabeza y me callé para no meterme en más líos. Alargué la mano hacia el pomo de la puerta para abrirla, pero Nadine me agarró con fuerza de la muñeca, clavándome sus uñas. Di un pequeño grito de dolor y la miré a los ojos, que se habían encendido como brasas.
-No te vuelvas a acercar a nada que me pertenezca. Esto no es tuyo, no es tu lugar, así que vete y no te vuelvas a acercar por aquí. Y por supuesto, a Alec ni una palabra de ésto -estaba tan asustada que llegó un momento en el que temblaba como un flan. ¿Quién me iba a decir que las dulces hadas de los cuentos podían ser tan agresivas?
Asentí varias veces con la cabeza y me soltó, librándome de su presa. Tenía sangre en los brazos cuando salí de aquel lugar y me encaminé por el pasillo tirando la ropa al suelo. La puerta quedaba a pocos metros de mi alcance, pero una vez más, Alec fue más rápido que yo. Reuhí de su mirada y la fijé en el suelo mientras caminaba hasta la salida. Sentía sus ojos clavados en mi espalda y, de repente, noté unos fríos dedos haciendo presión en mi brazo, reteniéndome en aquel maldito lugar.
-¿Dónde te crees que vas? -preguntó Alec ladeando la cabeza en señal de confusión, mirándome como si quisiera saber lo que pensaba.
-¿Qué dónde voy? ¿Qué dónde voy? -grité histérica- ¡Me voy al infierno! ¡Porque seguro que es mejor que ésto!
Noté una fuerte presión sobre la herida de mi brazo y grité. Alec me había agarrado fuertemente y ahora me miraba con ojos de "corderito degollado".
-Esto no es tan malo, con el tiempo te irás acostumbrando -ronroneó mientras agachaba la cabeza hacia mi brazo y pasaba su lengua por mi herida mientras me miraba a los ojos.
Me quedé tan atontada que no pude reaccionar. Seguía lamiendo mi herida hasta que no quedó ni la más mínima gota de sangre.
-Exquisita... -susurró. Sus ojos ardían como llamas de fuego mientras se erguía, acercando sus labios llenos de un líquido rojo que identifiqué como mi sangre.
Posó un dulce beso en mi cuello y me acarició la nuca, haciendo que un calor abrasante invadiese todo mi cuerpo, dejándome confusa.
Sentí su aliento frío, su respiración entrecortada y por último, sus dientes rozando mi yugular. Cerré los ojos hipnotizada y todo mi cuerpo se relajó.
-¡Alec! -Esa voz me despertó y me hizo dar un salto hacia detrás. Nadine estaba en mitad del oscuro pasillo mirándonos como si en cuestión de segundos fuese a tirarse sobre nosotros.
jueves, 7 de julio de 2011
domingo, 3 de abril de 2011
Capítulo 04
Los párpados pesaban como si estuviesen hechos de acero... ya no aguantaba más. Me desplomé en mitad de la calle, pero mi cuerpo no llegó a golpear contra el frío asfalto. Alec me apretó contra su duro cuerpo sin hacer el menor esfuerzo. Al cabo de pocos minutos mis sentidos se apagaron, impidiéndome oír nada. Había caído en un sueño profundo. Muy profundo.
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-Perfecta -una voz femenina y aguda interrumpió mi profundo sueño, obligándome a abrir los ojos que tardaron varios segundos en poder ver con claridad a la joven.
Un rostro angelical estaba a centímetros del mío. El olor embriagador a flores que desprendía aquella criatura me relajó. Una mueca divertida adornó el rostro de la joven que me miraba espectante.
Unos hermosos luceros azules rodeados de pestañas infinitas adornaban su aniñado rostro. El cabello dorado caía en cascada por sus hombros y le llegaba a la cintura. Su palidez la hacía parecer una verdadera muñeca de porcelana. Tenía las mejillas rosadas, al igual que sus finos labios. Y junto a ella estaba Alec.
Me incorporé bruscamente alejándome de ella. ¿Era también un vampiro?
La chica me miró con el ceño fruncido: le había molestado mi gesto.
-¿Ves? Ya la has asustado -habló Alec mirando a la chica con una sonrisa divertida.
-Yo no doy miedo, ¿verdad? -ella volvió a fijarse en mí y sus labios se curvaron formando una sonrisa maléfica que me hizo estremecerme- Es una miedica -replicó mientras se cruzaba de brazos.
Alec se sentó a mi lado, haciendo que la cama crujiera bajo su peso.
-¿Te gusta tu nuevo look? -preguntó sonriendo. "Demasiado encantador" Pensé.
-¿Nuevo look? -repetí sus palabras finales mientras cogía un pequeño espejo que la chica sostenía entre sus finas manos.
Mi pelo tenía un color anaranjado y ahora sólo me llegaba por los hombros, con el flequillo corto por una parte y más largo por otra. La verdad es que no estaba nada mal. Me gustaba.
-No está mal -miré a la chica que nos miraba seria. Toda la amabilidad que me pareció ver en su rostro había desaparecido.
-Ella es Nadine -dijo Alec señalando a la joven, que sonrió cuando se dio cuenta de que Alec también la miraba.
-Aaaaaah, yo soy Hay... -pero no me dio tiempo a terminar.
-Hayley, tú eres Hayley -noté cierta malicia en su voz al pronunciar mi nombre. Asentí y tragué saliva dirigiéndole una mirada a Alec.
-Bueno... ¡pues ya nos conocemos todos! -excamó Alec poniéndose en pie de un salto. Hice lo mismo que él y me posicioné a su lado.
Nadine ni se inmutó, permaneció quieta con una gran sonrisa. Era algo más baja que yo, pero su cuerpo presentaba unas curvas de lo más insinuantes que muchas chicas de mi edad habrían matado por tenerlas. Llevaba una camisa negra ceñida con estampado de flores de todos los colores. Sus pantalones de pitillo vaqueros resaltaban su esvelta y cuidada silueta. "Hermosa" Pensé.
-Y... Nadine es... -miré a Alec espectante, esperando la respuesta.
-Un hada. Tranquila, no muerde -su rostro impasible me dejó algo confusa, pues no sabía si lo había dicho en serio o no.
-¡A ti sí! -exclamó Nadine abrazando a Alec por la espalda y dándole un pequeño mordisco en el cuello.
Él se limitó a reír, mientras se giraba y rozaba los labios con los de hada en un tierno beso. Aparté la mirada algo incómoda y recordé la noche anterior, cuando Alec besaba de forma descontrolada a Sandra en aquél callejón oscuro. ¿Lo sabía Nadine? Sacudí mi cabeza de forma inconsciente. Increíble. Me estaba preocupando por la infidelidad de una pareja que apenas conocía y que podía acabar con mi vida en cuestión de segundos si se lo proponían, sin olvidar el hecho de que me tenían secuestrada. Suspiré.
Alec me miró sonriendo mientras agarraba a Nadine por los brazos y la apartaba suavemente de él.
-No incomodemos a nuestra invitada -ronroneó con un hilo de voz felina que me puso los pelos de punta. Alec podía ser verdaderamente aterrador si se lo proponía.
Se pasó la mano por el pelo, alborotándolo, lo que le daba mejor aspecto aún. Nadine se giró ágilmente y trotó de manera grácil hacia la única puerta que había en la pequeña y oscura habitación. Cuando ella salió, me fijé en algunos detalles, ya que mis ojos se iban acostumbrando a la penumbra del lugar. Las paredes tenían grandes manchas de humedad y varias grietas que parecían importantes. En cuanto al mobiliario, era bastante cutre, pues solo contaban con la cama y una vieja mesita de noche que olía a humedad.
La pequeña ventana de la habitación estaba completamente cerrada, con las persianas bajadas y las cortinas corridas para que no entrase el sol.
-¿Curiosidad? -giré mi rostro para mirar a Alec, que permanecía de brazos cruzados a mi lado mientras recorría la habitación con la mirada como había hecho yo segundos antes.
-Solo un poco -mentí y él soltó una carcajada. Caminó hacia la ventana y apartó las cortinas. Seguidamente subió la persiana y los rayos del sol atravesaron el fino cristal, dándole un poco de luz a la habitación.
Tardé un poco en acostumbrarme al sol, y después miré hacia Alec.
Permanecía inmóvil, con sus siniestros ojos rojos mirándome como un hermano mira a su hermana pequeña, una mirada llena de dulzura. Dio un paso hacia mí y me tomó de la mano, posicionándome a su lado. Contemplé de cerca como la luz del sol le hacía parecer más pálido aún. En ese momento me pude percatar de las ojeras malvas que tenía bajo sus ojos, la prueba de que llevaba muchísimo tiempo sufriendo aquel maldito insomnio al que estaba condenado de por vida. Alzó nuestras manos y puso la mia sobre su mejilla, que ahora estaba ligeramente rosada y caliente. Sonreí como una idiota mientras él me miraba sonriendo.
Bajó su otra mano hasta mi cadera y me rodeó la cintura mientras me pegaba a su cuerpo. Tragué saliva bruscamente y no pude apartar mis ojos de los suyos. Se inclinó levemente hacia mí hasta que sentí su fría respiración en mi rostro. Mi pulso se fue acelerando de forma descontrolada y cerré los ojos inconscientemente, mientras notaba como mi cuerpo se acoplaba perfectamente al de Alec.
Me estremecí al sentir sus frías manos acariciando mi piel bajo la camisa.
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De repente me encontré en un lugar desconocido que me resultaba verdaderamente familiar. Agarrada de la mano de una señora mayor a la cual no le pude ver el rostro, pero aún así me inspiraba confianza, como si la conociera de toda la vida. En la cálida habitación había estanterías llenas de libros, cientos de libros de todos los colores, temáticas y tamaños. Frente a mí, divisé un mostrador de madera, y tras él, había un chico. El joven rondaba los 18 años más o menos. Aunque estaba de espalda, pude fijarme en su perfecta espalda y su aspecto desgarbado. Su cabello dorado brillaba mojado, seguramente de algún producto que había utilizado para peinárselo, aunque no le sirvió de mucho, pues estaba ligeramente alborotado. La camisa blanca se le adhería al cuerpo, mostrando su musculosa espalda. Justo cuando el chico se iba a girar, todo se volvió negro.
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Jadeé mientras abría los ojos. ¿Qué había sido eso? Alec permanecía a centímetros de mi rostro, mirándome desconcertado. ¿Había sido todo una alucinación? Di un paso hacia atrás y me alejé de él. Sacó su mano de mi camisa y frunció el ceño, con una mueca de confusión. Me alejé lentamente sin apartar la mirada del vampiro y me tropecé, cayendo en la cama. Cerré los ojos y respiré pausadamente hasta que volví a sumergirme en un sueño profundo.
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-Perfecta -una voz femenina y aguda interrumpió mi profundo sueño, obligándome a abrir los ojos que tardaron varios segundos en poder ver con claridad a la joven.
Un rostro angelical estaba a centímetros del mío. El olor embriagador a flores que desprendía aquella criatura me relajó. Una mueca divertida adornó el rostro de la joven que me miraba espectante.
Unos hermosos luceros azules rodeados de pestañas infinitas adornaban su aniñado rostro. El cabello dorado caía en cascada por sus hombros y le llegaba a la cintura. Su palidez la hacía parecer una verdadera muñeca de porcelana. Tenía las mejillas rosadas, al igual que sus finos labios. Y junto a ella estaba Alec.
Me incorporé bruscamente alejándome de ella. ¿Era también un vampiro?
La chica me miró con el ceño fruncido: le había molestado mi gesto.
-¿Ves? Ya la has asustado -habló Alec mirando a la chica con una sonrisa divertida.
-Yo no doy miedo, ¿verdad? -ella volvió a fijarse en mí y sus labios se curvaron formando una sonrisa maléfica que me hizo estremecerme- Es una miedica -replicó mientras se cruzaba de brazos.
Alec se sentó a mi lado, haciendo que la cama crujiera bajo su peso.
-¿Te gusta tu nuevo look? -preguntó sonriendo. "Demasiado encantador" Pensé.
-¿Nuevo look? -repetí sus palabras finales mientras cogía un pequeño espejo que la chica sostenía entre sus finas manos.
Mi pelo tenía un color anaranjado y ahora sólo me llegaba por los hombros, con el flequillo corto por una parte y más largo por otra. La verdad es que no estaba nada mal. Me gustaba.
-No está mal -miré a la chica que nos miraba seria. Toda la amabilidad que me pareció ver en su rostro había desaparecido.
-Ella es Nadine -dijo Alec señalando a la joven, que sonrió cuando se dio cuenta de que Alec también la miraba.
-Aaaaaah, yo soy Hay... -pero no me dio tiempo a terminar.
-Hayley, tú eres Hayley -noté cierta malicia en su voz al pronunciar mi nombre. Asentí y tragué saliva dirigiéndole una mirada a Alec.
-Bueno... ¡pues ya nos conocemos todos! -excamó Alec poniéndose en pie de un salto. Hice lo mismo que él y me posicioné a su lado.
Nadine ni se inmutó, permaneció quieta con una gran sonrisa. Era algo más baja que yo, pero su cuerpo presentaba unas curvas de lo más insinuantes que muchas chicas de mi edad habrían matado por tenerlas. Llevaba una camisa negra ceñida con estampado de flores de todos los colores. Sus pantalones de pitillo vaqueros resaltaban su esvelta y cuidada silueta. "Hermosa" Pensé.
-Y... Nadine es... -miré a Alec espectante, esperando la respuesta.
-Un hada. Tranquila, no muerde -su rostro impasible me dejó algo confusa, pues no sabía si lo había dicho en serio o no.
-¡A ti sí! -exclamó Nadine abrazando a Alec por la espalda y dándole un pequeño mordisco en el cuello.
Él se limitó a reír, mientras se giraba y rozaba los labios con los de hada en un tierno beso. Aparté la mirada algo incómoda y recordé la noche anterior, cuando Alec besaba de forma descontrolada a Sandra en aquél callejón oscuro. ¿Lo sabía Nadine? Sacudí mi cabeza de forma inconsciente. Increíble. Me estaba preocupando por la infidelidad de una pareja que apenas conocía y que podía acabar con mi vida en cuestión de segundos si se lo proponían, sin olvidar el hecho de que me tenían secuestrada. Suspiré.
Alec me miró sonriendo mientras agarraba a Nadine por los brazos y la apartaba suavemente de él.
-No incomodemos a nuestra invitada -ronroneó con un hilo de voz felina que me puso los pelos de punta. Alec podía ser verdaderamente aterrador si se lo proponía.
Se pasó la mano por el pelo, alborotándolo, lo que le daba mejor aspecto aún. Nadine se giró ágilmente y trotó de manera grácil hacia la única puerta que había en la pequeña y oscura habitación. Cuando ella salió, me fijé en algunos detalles, ya que mis ojos se iban acostumbrando a la penumbra del lugar. Las paredes tenían grandes manchas de humedad y varias grietas que parecían importantes. En cuanto al mobiliario, era bastante cutre, pues solo contaban con la cama y una vieja mesita de noche que olía a humedad.
La pequeña ventana de la habitación estaba completamente cerrada, con las persianas bajadas y las cortinas corridas para que no entrase el sol.
-¿Curiosidad? -giré mi rostro para mirar a Alec, que permanecía de brazos cruzados a mi lado mientras recorría la habitación con la mirada como había hecho yo segundos antes.
-Solo un poco -mentí y él soltó una carcajada. Caminó hacia la ventana y apartó las cortinas. Seguidamente subió la persiana y los rayos del sol atravesaron el fino cristal, dándole un poco de luz a la habitación.
Tardé un poco en acostumbrarme al sol, y después miré hacia Alec.
Permanecía inmóvil, con sus siniestros ojos rojos mirándome como un hermano mira a su hermana pequeña, una mirada llena de dulzura. Dio un paso hacia mí y me tomó de la mano, posicionándome a su lado. Contemplé de cerca como la luz del sol le hacía parecer más pálido aún. En ese momento me pude percatar de las ojeras malvas que tenía bajo sus ojos, la prueba de que llevaba muchísimo tiempo sufriendo aquel maldito insomnio al que estaba condenado de por vida. Alzó nuestras manos y puso la mia sobre su mejilla, que ahora estaba ligeramente rosada y caliente. Sonreí como una idiota mientras él me miraba sonriendo.
Bajó su otra mano hasta mi cadera y me rodeó la cintura mientras me pegaba a su cuerpo. Tragué saliva bruscamente y no pude apartar mis ojos de los suyos. Se inclinó levemente hacia mí hasta que sentí su fría respiración en mi rostro. Mi pulso se fue acelerando de forma descontrolada y cerré los ojos inconscientemente, mientras notaba como mi cuerpo se acoplaba perfectamente al de Alec.
Me estremecí al sentir sus frías manos acariciando mi piel bajo la camisa.
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De repente me encontré en un lugar desconocido que me resultaba verdaderamente familiar. Agarrada de la mano de una señora mayor a la cual no le pude ver el rostro, pero aún así me inspiraba confianza, como si la conociera de toda la vida. En la cálida habitación había estanterías llenas de libros, cientos de libros de todos los colores, temáticas y tamaños. Frente a mí, divisé un mostrador de madera, y tras él, había un chico. El joven rondaba los 18 años más o menos. Aunque estaba de espalda, pude fijarme en su perfecta espalda y su aspecto desgarbado. Su cabello dorado brillaba mojado, seguramente de algún producto que había utilizado para peinárselo, aunque no le sirvió de mucho, pues estaba ligeramente alborotado. La camisa blanca se le adhería al cuerpo, mostrando su musculosa espalda. Justo cuando el chico se iba a girar, todo se volvió negro.
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Jadeé mientras abría los ojos. ¿Qué había sido eso? Alec permanecía a centímetros de mi rostro, mirándome desconcertado. ¿Había sido todo una alucinación? Di un paso hacia atrás y me alejé de él. Sacó su mano de mi camisa y frunció el ceño, con una mueca de confusión. Me alejé lentamente sin apartar la mirada del vampiro y me tropecé, cayendo en la cama. Cerré los ojos y respiré pausadamente hasta que volví a sumergirme en un sueño profundo.
PREMIO
¡Hola! Ante todo, quería decir que estoy super feliz por el premio que me ha otorgado mi queridísima amiga Katia Corbett (es un cielo y una gran escritora). De veras, muchísimas gracias por el premio, me alegra que te guste tanto mi blogg :)
Como dictan las reglas, tengo que decir siete cosas sobre mí.
1º Cuando me pongo nerviosa no puedo evitar morderme los labios.
2º Aunque sea raro, me gusta más el campo que la playa.
3º Suelo enamorarme de los personajes de los libros.
4º Estoy totalmente en contra del maltrato animal y pertenezco a varias asociaciones referente a ello.
5º Tengo la costumbre de abrazarme a algo mientras duermo.
6º Si tuviera que quedarme con una sola canción, eligiría "Apologize" de Timbaland y One Republic.
7º Aunque parezca tranquila, en ningún momento puedo dejar de mover la pierna como si estuviera nerviosa (es una manía que tengo desde pequeña xD).
martes, 8 de marzo de 2011
Hola :)
Lo sé, lo sé... muchos de vosotros queréis matarme por no haber publicado en tanto tiempo. Lo único que puedo deciros es "exámenes" los odio, no me inspiran xD
Ya hablando en serio, el capítulo 4 está en marcha (ya casi acabado) y espero que os guste mucho cuando lo publique.
Pero esta entrada no es para eso, lo que realmente quiero hacer es recomendaros es un blogg de una amiga, que conocí en internet y se llama como yo (Inma). Empezó con su blogg hace poco, y no le vendría mal una ayudita, aunque la verdad es que escribe de maravilla. Pasáos por su blogg a ver que os parece. A mi me ha encantado, es sobre todo de sentimientos.
Blogg: http://eres-mi-inspiracion.blogspot.com/
Ya hablando en serio, el capítulo 4 está en marcha (ya casi acabado) y espero que os guste mucho cuando lo publique.
Pero esta entrada no es para eso, lo que realmente quiero hacer es recomendaros es un blogg de una amiga, que conocí en internet y se llama como yo (Inma). Empezó con su blogg hace poco, y no le vendría mal una ayudita, aunque la verdad es que escribe de maravilla. Pasáos por su blogg a ver que os parece. A mi me ha encantado, es sobre todo de sentimientos.
Blogg: http://eres-mi-inspiracion.blogspot.com/
domingo, 30 de enero de 2011
Capítulo 03
Las imágenes se repitieron en mi cabeza como un flasback. Una ventana en el baño, el callejón oscuro, un chico perfecto con una de mis amigas, sus dientes cerca del cuello de Sandra, y sobre todo... sus penetrantes ojos de un intenso rojo carmesí.
Sobresaltada, me erguí en la cama respirando con dificultad. Una pesadilla. Me llevé la mano a la frente. Pequeñas gotas de sudor frío recorrían mi rostro. Aún jadeando, me levanté con dificultad de la cama y caminé hasta el baño. Miré mi rostro pálido reflejado en el espejo, que estaba brillante debido al sudor. Cogí una toalla y me limpié la cara. Cuando fijé por segunda vez mis ojos en el espejo, me llevé una mano al pecho y sentí como el aire abandonaba mis pulmones. Un par de ojos rojos me observaban a mi espalda. Permanecí quieta, esperando que la aparición se fuera tal y como había llegado. Pero no fue así, no era producto de mi imaginación. Era tan real como yo, o quizás más. Me giré con deliverada lentitud, esperando que él desapareciera, pero permaneció allí, con los brazos cruzados sobre el pecho, y mirándome con una mueca divertida en su perfecto y níveo rostro.
-¡Buh! -exclamó sonriendo al ver mi reacción. Sin poder evitarlo, solté un pequeño grito, pero el extraño ser que segundos antes estaba frente a mí, desapareció y apareció rápidamente a mi espalda tapándome la boca con su fría mano.
Forcejeé en un vano intento de escapar de su presa, pero ni siquiera aflojó su brazo. Dejé de moverme para que así me dejase libre, pero él ni se movió.
-Esta noche has cometido un gran error señorita, no tendrías que haberte asomado a esa ventana -su frío aliento rozó mi oreja y bajó por mi cuello, produciéndome un escalofrío que hizo estremecerse todo mi cuerpo-. Ahora no tengo más remedio que matarte -su tono despreocupado hacía que me inquietase aún más.
Las lágrimas no tardaron en bajar por mis mejillas. Siempre pensé que mi vida sería corta, pero no tanto. Eso era demasiado, me quedaban muchas cosas por vivir. Cerré los ojos intentando hacer aquel infierno más llevadero. No sentí nada, ni siquiera dolor. Pensé que me dolerían sus dientes perforando mi cuello, pero no fue así, no sentía nada de nada. Entonces comprobé que él no se había movido, sus labios estaban a milímetros de mi yugular. Permanecimos inmóviles, lo único que se escuchaba en la pequeña habitación era mi agitada repiración.
-Hayley... -susurró a mi oído. Dejó caer la mano y retrocedió dos pasos hasta que su espalda chocó contra la pared. Sus ojos se clavaron en los míos y pude ver su mirada perdida. Parecía estar a kilómetros de allí, casi rozando la luna.
-¿C-cómo sabes mi nombre? -tartamudeé sin poder evitarlo y lo miré desconcertada. Sabía que tenía que salir de allí, que debía huir, pero también sabía que era inútil intentarlo.
-No lo sé... -me miró con curiosidad- Hay algo en tí... Creo que te he visto antes, pero no sé cuándo ni cómo.
Permanecimos quietos, yo casi no respiraba y él no apartaba los ojos de mí, seguramente pensaba que yo huiría, y tendría que haberlo hecho.
-No, yo nunca antes te he visto -"me acordaría" pensé.
Su desconfiada mirada se desvió hacia la puerta. Una milésima de segundo más tarde, su mano se aferraba a mi brazo como una trampa. Casi me llevó arrastrando por el pasillo. Me metió en mi habitación y señaló el armario.
-Coge lo que necesites y haz la maleta. Te vienes conmigo -lo observé comprobando si se trataba de una broma. Su hermoso rostro y su encantador cabello alborotado le daba un aspecto de lo más inofensivo, sin embargo, al ver sus ojos se podía comprobar el peligro que corría todo ser que estuviera cerca de él.
Si él hubiera sido un chico humano, habría huído con él sin pensármelo dos veces.
-No -crucé los brazos y me senté en la cama.
-Tú lo has querido -una sonrisa pícara iluminó su rostro. Sin darme tiempo a reaccionar, me levantó de la cama con un brazo y con su otra mano me tapó la boca.
Intenté moverme, pero no pude. Era extraño que un solo brazo pudiese resistirse a la fuerza que yo ejercía con todo mi cuerpo.
Bajó las escaleras a una velocidad sobrenatural y sin hacer el más mínimo ruido. Fuera hacía un frío que helaba los huesos, y el hecho de llevar solo el pijama, empeoraba mi situación.
Cerré los ojos y sentí el aire como cuchillas sobre mi piel. El extraño ser que me había secuestrado paró un momento y me cargó en su hombro como si fuese un saco. Almenos, mi boca quedó libre, pero pensé que era una verdadera estupidez intentar gritar pues ya estábamos lejos de mi hogar, perdidos entre las oscuras calles de Sevilla.
-Bueno, ya que voy a pasar un tiempo contigo, podrías decirme tu nombre -una sonora y sarcástica carcajada llenó mis oídos como si fuera una hermosa melodía.
-Me llamo Alec -hasta ese momento no me fijé en lo delicada y dulce que era su voz. Supuse que había estado demasiado asustada y aturdida como para fijarme en ese detalle.
-Alec... -repetí su nombre intentando grabarlo en mi cabeza.
Miré de un lado a otro, intentando encontrar a algún transeúnte extraviado que pudiera ayudarme a escapar, pero no. Nadie en su sano juicio pasearía por una de las peores calles de Sevilla a las cinco de la madrugada.
-¿Podrías soltarme? -Alec paró al oírme y giró la cabeza para mirarme con una ceja alzada- No pienso huir ni hacer ninguna estupidez -le prometí, pues nada me aferraba a mi hogar. Mi padre se comportaba como un zombie desde la desaparición de mi madre, y casi no recordaba mi nombre.
El joven se quedó inmóvil unos segundos, reflexionando sobre mi petición. Sus brazos deshicieron su fuerte abrazo alrededor de mis piernas, dejándome libre. Bajé de su hombro y sentí un punzante dolor en el vientre debido al rato que había pasado en esa incómoda postura. Le dirigí una mirada a mi acompañante. Él me miraba impaciente, seguramente esperaba el momento en el que yo saliese corriendo despavorida, pero no fue así. Le observé bajo tenue luz de una farola. Su rostro blanco y aniñado presentaba unos rasgos simétricos y perfectos. No pude pasar desapercibido su alborotado cabello dorado y cobrizo, que sin duda era lo que le daba un aspecto más humano.
-Mañana te cortarás el cabello, un pelo como el tuyo no pasa desapercibido -las palabras que salieron de su boca rompieron todo el encanto que se había formado. De forma inconsciente me llevé las manos a mi larga melena. Antes de dar una respuesta o ponerme como una histérica pensé en lo que me había dicho.
La verdad es que ya estaba algo cansada de tener que pasar tanto tiempo cuidando mi larga cabellera, así que asentí, al día siguiente tendría lugar mi cambio de look.
-Está bien -mi voz sonó más amable de lo que pretendí en aquel momento. Con lo independiente que yo era me costaba imaginarme que un chico completamente desconocido me secuestrara y me obligara a cortarme el cabello. Pero lo que más me asustaba es que yo no era capaz de intentar huir, de luchar en vano contra él, de negarme a cortarme el pelo.
Estaba demasiado cansada como para asustarme y revelarme a aquella criatura de la noche.
-¿Tú no eres así normalmente verdad? -Alec me miró con expresión divertida. Suspiré y negué varias veces con un movimiento de la cabeza.
-Suelo ser más cabezota -respondí.
-Esque parecías estar luchando contra algo en tu cabeza. Parecías desesperada -el extraño chico rompió a reír. ¿Le parecía divertido que yo lo estuviera pasando tan mal?
"Pues se va a enterar de lo que es divertido." Pensé y le miré con deseo mientras me mordía el labio inferior. Alec parecía confundido ante mi mirada, lo cual me facilitó las cosas. Me pegué a él rodeando su cintura con mis brazos. Miré sus oscuros ojos y vi claramente como el deseo nublaba su mirada. La misma mirada que presencié desde el baño horas antes... Acerqué mis labios a los suyos lentamente, sin cerrar los ojos. Alec sonrió pensando que había ganado, pero no era así.
Con todas mis fuerzas le propiné un rodillazo en la entrepierna justo cuando nuestros labios casi se rozaban.
-Cosquillas -murmuró Alec que ni siquiera se había inmutado-. Sólo eres humana, eso ha sido como una caricia -puso cara de pervertido y solté un gruñido de impotencia mientras me apartaba de él.
-Maldito seas. No vuelvas a reirte de mí, ¿entiendes? -grité encarándole, pero Alec seguía sin moverse. Esa estúpida y encantadora sonrisa no desaparecía de su angelical rostro.
-Eso es algo que no puedo prometer -su tono arrogante comenzaba a hacer mellas en mí. Mi orgullo estaba siendo claramente dañado por un estúpido y arrogante niñato.
Antes de que pudiera decir nada, sus labios sellaron los míos silenciándome. Un cosquilleo recorrió mis labios y bajó por la columna vertebral. Abrí los ojos bruscamente por la sorpresa y me aparté rápidamente.
-¿Eres idiota o qué demonios te pasa? -le grité propinándole una bofetada en la mejilla, la cual él no pareció notar. Volvió a reirse y eso me sacó de mis casillas.
-Lo hacía para que te callaras. No me gustas, tu amiguita es mucho mejor que tú -sus últimas palabras se clavaron en mi corazón como cuchillos. Muchos chicos me habían rechazado al conocer a Sandra, y ese era uno de los motivos por los que la odiaba.
-¡Pues vete con ella! ¡Secuéstrala y déjame a mí en paz! -sentí como mis mejillas se humedecían. Las estúpidas lágrimas me delataban. No quería llorar, siempre había odiado hacerlo. Me sentía vulnerable e impotente cuando lo hacía.
-Ella no sabe lo que soy, tú sí -dijo con una voz totalmente calmada, que no hacía más que sacarme de quicio. Si quería guerra la iba a tener, no pensaba quedarme de brazos cruzados.
-Sí, un estúpido vampiro engreído que va secuestrando a chicas inocentes en mitad de la noche -mi voz sonó con cierto sarcasmo, y por primera vez en toda la noche, vi a Alec serio, desprovisto de aquella sonrisa que le caracterizaba.
-No secuestro chicas inocentes, solo te secuestro a tí, que te quede claro -sus palabras salieron con amargura.
-¿Tendría que sentirme halagada? -mi tono irónico se desvaneció dándo lugar a la indignación.
-En cierto modo sí, nunca he pasado tanto tiempo con una chica sin matarla -asintió volviendo a recuperar su sonrisa, pero sus ojos permanecieron serios, dándome a entender que no mentía.
Agaché la cabeza y miré al suelo mientras volvíamos a caminar hacia un paradero desconocido. Ya no tenía ganas de seguir discutiendo.
Sobresaltada, me erguí en la cama respirando con dificultad. Una pesadilla. Me llevé la mano a la frente. Pequeñas gotas de sudor frío recorrían mi rostro. Aún jadeando, me levanté con dificultad de la cama y caminé hasta el baño. Miré mi rostro pálido reflejado en el espejo, que estaba brillante debido al sudor. Cogí una toalla y me limpié la cara. Cuando fijé por segunda vez mis ojos en el espejo, me llevé una mano al pecho y sentí como el aire abandonaba mis pulmones. Un par de ojos rojos me observaban a mi espalda. Permanecí quieta, esperando que la aparición se fuera tal y como había llegado. Pero no fue así, no era producto de mi imaginación. Era tan real como yo, o quizás más. Me giré con deliverada lentitud, esperando que él desapareciera, pero permaneció allí, con los brazos cruzados sobre el pecho, y mirándome con una mueca divertida en su perfecto y níveo rostro.
-¡Buh! -exclamó sonriendo al ver mi reacción. Sin poder evitarlo, solté un pequeño grito, pero el extraño ser que segundos antes estaba frente a mí, desapareció y apareció rápidamente a mi espalda tapándome la boca con su fría mano.
Forcejeé en un vano intento de escapar de su presa, pero ni siquiera aflojó su brazo. Dejé de moverme para que así me dejase libre, pero él ni se movió.
-Esta noche has cometido un gran error señorita, no tendrías que haberte asomado a esa ventana -su frío aliento rozó mi oreja y bajó por mi cuello, produciéndome un escalofrío que hizo estremecerse todo mi cuerpo-. Ahora no tengo más remedio que matarte -su tono despreocupado hacía que me inquietase aún más.
Las lágrimas no tardaron en bajar por mis mejillas. Siempre pensé que mi vida sería corta, pero no tanto. Eso era demasiado, me quedaban muchas cosas por vivir. Cerré los ojos intentando hacer aquel infierno más llevadero. No sentí nada, ni siquiera dolor. Pensé que me dolerían sus dientes perforando mi cuello, pero no fue así, no sentía nada de nada. Entonces comprobé que él no se había movido, sus labios estaban a milímetros de mi yugular. Permanecimos inmóviles, lo único que se escuchaba en la pequeña habitación era mi agitada repiración.
-Hayley... -susurró a mi oído. Dejó caer la mano y retrocedió dos pasos hasta que su espalda chocó contra la pared. Sus ojos se clavaron en los míos y pude ver su mirada perdida. Parecía estar a kilómetros de allí, casi rozando la luna.
-¿C-cómo sabes mi nombre? -tartamudeé sin poder evitarlo y lo miré desconcertada. Sabía que tenía que salir de allí, que debía huir, pero también sabía que era inútil intentarlo.
-No lo sé... -me miró con curiosidad- Hay algo en tí... Creo que te he visto antes, pero no sé cuándo ni cómo.
Permanecimos quietos, yo casi no respiraba y él no apartaba los ojos de mí, seguramente pensaba que yo huiría, y tendría que haberlo hecho.
-No, yo nunca antes te he visto -"me acordaría" pensé.
Su desconfiada mirada se desvió hacia la puerta. Una milésima de segundo más tarde, su mano se aferraba a mi brazo como una trampa. Casi me llevó arrastrando por el pasillo. Me metió en mi habitación y señaló el armario.
-Coge lo que necesites y haz la maleta. Te vienes conmigo -lo observé comprobando si se trataba de una broma. Su hermoso rostro y su encantador cabello alborotado le daba un aspecto de lo más inofensivo, sin embargo, al ver sus ojos se podía comprobar el peligro que corría todo ser que estuviera cerca de él.
Si él hubiera sido un chico humano, habría huído con él sin pensármelo dos veces.
-No -crucé los brazos y me senté en la cama.
-Tú lo has querido -una sonrisa pícara iluminó su rostro. Sin darme tiempo a reaccionar, me levantó de la cama con un brazo y con su otra mano me tapó la boca.
Intenté moverme, pero no pude. Era extraño que un solo brazo pudiese resistirse a la fuerza que yo ejercía con todo mi cuerpo.
Bajó las escaleras a una velocidad sobrenatural y sin hacer el más mínimo ruido. Fuera hacía un frío que helaba los huesos, y el hecho de llevar solo el pijama, empeoraba mi situación.
Cerré los ojos y sentí el aire como cuchillas sobre mi piel. El extraño ser que me había secuestrado paró un momento y me cargó en su hombro como si fuese un saco. Almenos, mi boca quedó libre, pero pensé que era una verdadera estupidez intentar gritar pues ya estábamos lejos de mi hogar, perdidos entre las oscuras calles de Sevilla.
-Bueno, ya que voy a pasar un tiempo contigo, podrías decirme tu nombre -una sonora y sarcástica carcajada llenó mis oídos como si fuera una hermosa melodía.
-Me llamo Alec -hasta ese momento no me fijé en lo delicada y dulce que era su voz. Supuse que había estado demasiado asustada y aturdida como para fijarme en ese detalle.
-Alec... -repetí su nombre intentando grabarlo en mi cabeza.
Miré de un lado a otro, intentando encontrar a algún transeúnte extraviado que pudiera ayudarme a escapar, pero no. Nadie en su sano juicio pasearía por una de las peores calles de Sevilla a las cinco de la madrugada.
-¿Podrías soltarme? -Alec paró al oírme y giró la cabeza para mirarme con una ceja alzada- No pienso huir ni hacer ninguna estupidez -le prometí, pues nada me aferraba a mi hogar. Mi padre se comportaba como un zombie desde la desaparición de mi madre, y casi no recordaba mi nombre.
El joven se quedó inmóvil unos segundos, reflexionando sobre mi petición. Sus brazos deshicieron su fuerte abrazo alrededor de mis piernas, dejándome libre. Bajé de su hombro y sentí un punzante dolor en el vientre debido al rato que había pasado en esa incómoda postura. Le dirigí una mirada a mi acompañante. Él me miraba impaciente, seguramente esperaba el momento en el que yo saliese corriendo despavorida, pero no fue así. Le observé bajo tenue luz de una farola. Su rostro blanco y aniñado presentaba unos rasgos simétricos y perfectos. No pude pasar desapercibido su alborotado cabello dorado y cobrizo, que sin duda era lo que le daba un aspecto más humano.
-Mañana te cortarás el cabello, un pelo como el tuyo no pasa desapercibido -las palabras que salieron de su boca rompieron todo el encanto que se había formado. De forma inconsciente me llevé las manos a mi larga melena. Antes de dar una respuesta o ponerme como una histérica pensé en lo que me había dicho.
La verdad es que ya estaba algo cansada de tener que pasar tanto tiempo cuidando mi larga cabellera, así que asentí, al día siguiente tendría lugar mi cambio de look.
-Está bien -mi voz sonó más amable de lo que pretendí en aquel momento. Con lo independiente que yo era me costaba imaginarme que un chico completamente desconocido me secuestrara y me obligara a cortarme el cabello. Pero lo que más me asustaba es que yo no era capaz de intentar huir, de luchar en vano contra él, de negarme a cortarme el pelo.
Estaba demasiado cansada como para asustarme y revelarme a aquella criatura de la noche.
-¿Tú no eres así normalmente verdad? -Alec me miró con expresión divertida. Suspiré y negué varias veces con un movimiento de la cabeza.
-Suelo ser más cabezota -respondí.
-Esque parecías estar luchando contra algo en tu cabeza. Parecías desesperada -el extraño chico rompió a reír. ¿Le parecía divertido que yo lo estuviera pasando tan mal?
"Pues se va a enterar de lo que es divertido." Pensé y le miré con deseo mientras me mordía el labio inferior. Alec parecía confundido ante mi mirada, lo cual me facilitó las cosas. Me pegué a él rodeando su cintura con mis brazos. Miré sus oscuros ojos y vi claramente como el deseo nublaba su mirada. La misma mirada que presencié desde el baño horas antes... Acerqué mis labios a los suyos lentamente, sin cerrar los ojos. Alec sonrió pensando que había ganado, pero no era así.
Con todas mis fuerzas le propiné un rodillazo en la entrepierna justo cuando nuestros labios casi se rozaban.
-Cosquillas -murmuró Alec que ni siquiera se había inmutado-. Sólo eres humana, eso ha sido como una caricia -puso cara de pervertido y solté un gruñido de impotencia mientras me apartaba de él.
-Maldito seas. No vuelvas a reirte de mí, ¿entiendes? -grité encarándole, pero Alec seguía sin moverse. Esa estúpida y encantadora sonrisa no desaparecía de su angelical rostro.
-Eso es algo que no puedo prometer -su tono arrogante comenzaba a hacer mellas en mí. Mi orgullo estaba siendo claramente dañado por un estúpido y arrogante niñato.
Antes de que pudiera decir nada, sus labios sellaron los míos silenciándome. Un cosquilleo recorrió mis labios y bajó por la columna vertebral. Abrí los ojos bruscamente por la sorpresa y me aparté rápidamente.
-¿Eres idiota o qué demonios te pasa? -le grité propinándole una bofetada en la mejilla, la cual él no pareció notar. Volvió a reirse y eso me sacó de mis casillas.
-Lo hacía para que te callaras. No me gustas, tu amiguita es mucho mejor que tú -sus últimas palabras se clavaron en mi corazón como cuchillos. Muchos chicos me habían rechazado al conocer a Sandra, y ese era uno de los motivos por los que la odiaba.
-¡Pues vete con ella! ¡Secuéstrala y déjame a mí en paz! -sentí como mis mejillas se humedecían. Las estúpidas lágrimas me delataban. No quería llorar, siempre había odiado hacerlo. Me sentía vulnerable e impotente cuando lo hacía.
-Ella no sabe lo que soy, tú sí -dijo con una voz totalmente calmada, que no hacía más que sacarme de quicio. Si quería guerra la iba a tener, no pensaba quedarme de brazos cruzados.
-Sí, un estúpido vampiro engreído que va secuestrando a chicas inocentes en mitad de la noche -mi voz sonó con cierto sarcasmo, y por primera vez en toda la noche, vi a Alec serio, desprovisto de aquella sonrisa que le caracterizaba.
-No secuestro chicas inocentes, solo te secuestro a tí, que te quede claro -sus palabras salieron con amargura.
-¿Tendría que sentirme halagada? -mi tono irónico se desvaneció dándo lugar a la indignación.
-En cierto modo sí, nunca he pasado tanto tiempo con una chica sin matarla -asintió volviendo a recuperar su sonrisa, pero sus ojos permanecieron serios, dándome a entender que no mentía.
Agaché la cabeza y miré al suelo mientras volvíamos a caminar hacia un paradero desconocido. Ya no tenía ganas de seguir discutiendo.
sábado, 22 de enero de 2011
Capítulo 02
Suspiré en cuanto bajamos del taxi. Mi ropa ya olía a tabaco por culpa del estúpido taxista. María y Sandra no parecían darse cuenta del olor del coche, solo pensaban en toda la fila de innumerables personas que esperaban en la entrada de la discoteca con la ilusión de que los dejaran pasar. María avanzó entre la multitud como una felina mientras Sandra y yo la seguíamos.
Cuando estuvimos frente al enorme portero vestido con un traje de chaqueta negro, María le mostró las tres entradas para la zona V.I.P, y seguidamente le dijo su nombre y apellido. El amenazador hombre se volvió sumiso con tan solo oír el apellido, pues el padre de María era el dueño de las discotecas más lujosas de Sevilla, incluyendo aquella en la que estábamos apunto de adentrarnos.
En seguida, oímos murmurar algo al portero por un walky y apareció otro hombre vestido de negro que nos hizo señas con las manos para que le siguiéramos. Nos condujo por un pasillo negro como la boca de un lobo y escuchamos música a través de los muros. Cuando llegamos a la zona V.I.P se me iluminaron los ojos como cuando le das una piruleta a un niño pequeño. Las paredes negras decoradas con dibujos hechos por mí, que habían pintado en las paredes a tamaño real hacían del local un lugar que me resultaba íntimo a pesar de estar abarrotado de personas desconocidas. Las princesas disney-góticas que había dibujado me miraban con sus ojos sangrientos, cada una desde su respectiva zona de la pared. Los sillones que había en la sala eran de piel roja y arañados como si un gato rabioso hubiera saboteado el lugar. El techo lleno de luces y flashes que me aturdían estaban decorados con murciélagos colgando, telarañas e infinidad de rastros rojos imitando la sangre. Pero lo que más me gustó sin duda era la inconfundible canción que estaba sonando a todo volumen: Supermassive Black Hole, de Muse.
Miré a María con una sonrisa tan grande que casi me dolían las mejillas. Ella se acercó a mi oído y habló lo más alto que pudo para que me enterase.
-Sabía que te gustaría. Le dije a mi padre que la decorase así -gritó en mi oído luchando contra el volumen de la música y el barullo de la gente que bailaba.
Sin duda esa iba a ser una noche inolvidable. María nos agarró de la mano a Sandra y a mí y nos llevó hasta la barra. Yo pedí una Coca-Cola y ellas un Bacardi y un Mojito. Yo no bebía, y que esa noche fuera diferente no iba a cambiar mi actitud con respecto a las bebidas alcohólicas.
Cogí mi vaso y bebí un trago, pero enseguida tuve que soltarlo, pues María me arrastró hasta la pista de baile. Ella y Sandra comenzaron a contonearse y lanzarle miradas pícaras a un grupo de chicos que bailaban mientras las miraban embobados.
Dejé que mi cuerpo se moviera al ritmo de la música al igual que hicieron mis amigas. Me contoneé de un lado a otro moviendo la cintura de forma sensual y los chicos se me quedaron mirando. Seguí con mi baile sin hacerles caso y mientras me giraba me encontré un par de oscuros ojos que me observaban desde la barra. Durante unos segundos dejé de bailar, y comprobé que el joven de pelo despeinado me miraba con una sonrisa pícara, mientas permanecía solo y apoyado con total despreocupación en la barra.
Sacudí levemente la cabeza pues me había aturdido su mirada. Continué bailando, y de vez en cuando miraba al solitario chico de reojo, y él permanecía en la misma postura con sus ojos clavados en mí. Moví mi cuerpo con más sensualidad al sentirme observada por él. Era hermoso incluso a la oscuridad del lugar. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos y una camisa negra que resaltaba su piel blanca. Lo único que no pude distinguir bien era el color de sus ojos, que eran oscuros. Su silueta alta y delgada sobresalía entre los demás. Sus rasgos se recortaban con las intermintentes luces, eran trazos perfectos y únicos, como los de un ángel. Su rostro me resultó familiar, tal vez era algún famoso que rondaba por la zona en busca de un lugar oscuro donde no ser reconocido. O tal vez me resutaba tan familiar por los dibujos de ángeles que tanto me gustaba mirar en internet.
El joven se llevó un vaso a la boca y tomó un trago de un líquido oscuro que no supe adivinar qué era. Abandonó su posición y se acercó hacia mí, caminando con elegancia entre la multitud, sin apenas rozarse con todos los que bailaban en la pista de baile, cosa que era casi imposible. Una vez estubo a mi lado me guiñó uno de sus ojos oscuros y pude verlo mejor. Su nariz era perfecta y sus labios finos y apetecibles. Su pelo dorado tenía destellos cobrizos que brillaban alborotados. Se paró durante un segundo, pero después dio dos pasos más y sonrió a Sandra. Suspiré. Debí suponer que alguien así no podía estar interesado en mí. Le vi hablando con ella y en seguida comenzaron a bailar. Aparté la mirada de ellos y me senté en un taburete que había frente a la barra. Pedí otra Coca-Cola y me la bebí entera de un trago. Vi a María acercarse a mí y se sentó a mi lado con una sonrisa.
-Sandra ya ha encontrado a su príncipe azul -gritó a mi oído. Yo me limité a asentir y le eché un vistazo a la pista de baile. Habían desaparecido.
-¿Dónde se han metido? -le pregunté a María. Ella se limitó a sonreír pícaramente y alzó una ceja. Enseguida comprendí el mensaje. Sandra lo había conseguido, otra vez.
Me levanté y busqué el baño con la mirada. Dos Coca-Cola de noche no eran una buena opción. En cuanto divisé el baño, me abrí paso entre la gente y dejé a María hablando con un grupo de chicos. Entré rápidamente y cerré la puerta. En cuanto hice mis necesidades, me acomodé la ropa y me miré al espejo. Claro está que el chico de antes no se iba a fijar en mí. Yo era pálida, pelirroja y con pecas. Apenas tenía pecho y era demasiado delgada, nigún chico buscaba a alguien como yo. Fue entonces cuando escuché un sonrido en el callejón. Eran voces, susurros de dos personas. Me asomé a la ventana que había y la abrí un poco. Se me hizo un nudo en el estómago al ver cómo Sandra le comía la boca al misterioso chico en el callejón trasero de la discoteca. A pesar de que lo intenté, no pude apartar la mirada, algo me impedía hacerlo. Ella se aferraba al hermoso cabello del joven con ansia, y casi no lo dejaba respirar.
El chico le besó el cuello y entonces lo vi. Sus ojos... eran rojos como el fuego. El nudo que anteriormente ocupaba mi estómago pasó a mi garganta, impidiéndome gritarle a Sandra que huyera.
Él mostró sus afilados y blancos dientes en una sonrisa traviesa. Di un traspiés y me caí al suelo, pero antes de caer, me dio tiempo a ver como el joven se alejaba de Sandra y miraba a todos lados. Me había escuchado. Tenía que huir de allí.
Le di una patada a la puerta del baño y salí despavorida, empujando a los desconocidos que bailaban tranquilamente sin saber el monstruo que había fuera en un callejón a punto de cometer un asesinato. Corrí lo más rápida que pude entre la multitud hasta que llegué al oscuro pasillo. Sin pararme, salí de la discoteca al exterior y vi a Sandra apoyada en la pared. Fui hacia ella y la abracé sin pensármelo dos veces.
-¡Oh Sandra, estás bien! -ella me miró confusa y yo me alejé un poco.
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? He pasado una noche perfecta, acabo de estar con un chico... -antes de dejarla terminar miré a todos lados. Él podía estar observándonos desde algún sitio.
-¿Dónde está él? -pregunté alertada.
-Se ha ido, escuchó algo en el callejón y se fue. Supongo que se asustó -asentí mientras la veía entrar de nuevo en la discoteca.
Tal vez fue imaginación mía, la oscuridad puede jugarnos malas pasadas. Pero esos ojos... parecían tan reales...
Sacudí la cabeza para despejarme y llamé a un taxi. Fuera lo que fuese lo que había visto, no quería volver a encontrármelo y lo que debía hacer era irme a mi casa y meterme bajo las cálidas mantas de mi cama.
Esta vez el taxista era un chico joven y que por suerte no fumaba. Fue muy amable durante todo el trayecto y estuvimos conversando sobre asuntos sin importancia. Me dejó justo en frente de mi casa y cuando fui a pagarle se negó.
-Esta vez invita la casa. Espero que volvamos a vernos -su sonrisa cálida casi me hizo derretirme en el lugar. Era un chico realmente guapo. Alto, musculoso, de piel morena, sonrisa perfecta con unos dientes blancos como perlas y el cabello negro, corto y algo despeinado, lo cuál me recordó al chico de la discoteca.
Le sonreí y le di un beso en la mejilla como agradecimiento. Troté hasta la puerta del edificio y la abrí con mis llaves. Subí las escaleras rápidamente para llegar cuanto antes a mi habitación.
Me quité la ropa y el maquillaje y me enfundé el cálido pijama. Sin darme cuenta, me desplomé en la cama entre las mantas y me quedé completamente dormida.
Cuando estuvimos frente al enorme portero vestido con un traje de chaqueta negro, María le mostró las tres entradas para la zona V.I.P, y seguidamente le dijo su nombre y apellido. El amenazador hombre se volvió sumiso con tan solo oír el apellido, pues el padre de María era el dueño de las discotecas más lujosas de Sevilla, incluyendo aquella en la que estábamos apunto de adentrarnos.
En seguida, oímos murmurar algo al portero por un walky y apareció otro hombre vestido de negro que nos hizo señas con las manos para que le siguiéramos. Nos condujo por un pasillo negro como la boca de un lobo y escuchamos música a través de los muros. Cuando llegamos a la zona V.I.P se me iluminaron los ojos como cuando le das una piruleta a un niño pequeño. Las paredes negras decoradas con dibujos hechos por mí, que habían pintado en las paredes a tamaño real hacían del local un lugar que me resultaba íntimo a pesar de estar abarrotado de personas desconocidas. Las princesas disney-góticas que había dibujado me miraban con sus ojos sangrientos, cada una desde su respectiva zona de la pared. Los sillones que había en la sala eran de piel roja y arañados como si un gato rabioso hubiera saboteado el lugar. El techo lleno de luces y flashes que me aturdían estaban decorados con murciélagos colgando, telarañas e infinidad de rastros rojos imitando la sangre. Pero lo que más me gustó sin duda era la inconfundible canción que estaba sonando a todo volumen: Supermassive Black Hole, de Muse.
Miré a María con una sonrisa tan grande que casi me dolían las mejillas. Ella se acercó a mi oído y habló lo más alto que pudo para que me enterase.
-Sabía que te gustaría. Le dije a mi padre que la decorase así -gritó en mi oído luchando contra el volumen de la música y el barullo de la gente que bailaba.
Sin duda esa iba a ser una noche inolvidable. María nos agarró de la mano a Sandra y a mí y nos llevó hasta la barra. Yo pedí una Coca-Cola y ellas un Bacardi y un Mojito. Yo no bebía, y que esa noche fuera diferente no iba a cambiar mi actitud con respecto a las bebidas alcohólicas.
Cogí mi vaso y bebí un trago, pero enseguida tuve que soltarlo, pues María me arrastró hasta la pista de baile. Ella y Sandra comenzaron a contonearse y lanzarle miradas pícaras a un grupo de chicos que bailaban mientras las miraban embobados.
Dejé que mi cuerpo se moviera al ritmo de la música al igual que hicieron mis amigas. Me contoneé de un lado a otro moviendo la cintura de forma sensual y los chicos se me quedaron mirando. Seguí con mi baile sin hacerles caso y mientras me giraba me encontré un par de oscuros ojos que me observaban desde la barra. Durante unos segundos dejé de bailar, y comprobé que el joven de pelo despeinado me miraba con una sonrisa pícara, mientas permanecía solo y apoyado con total despreocupación en la barra.
Sacudí levemente la cabeza pues me había aturdido su mirada. Continué bailando, y de vez en cuando miraba al solitario chico de reojo, y él permanecía en la misma postura con sus ojos clavados en mí. Moví mi cuerpo con más sensualidad al sentirme observada por él. Era hermoso incluso a la oscuridad del lugar. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos y una camisa negra que resaltaba su piel blanca. Lo único que no pude distinguir bien era el color de sus ojos, que eran oscuros. Su silueta alta y delgada sobresalía entre los demás. Sus rasgos se recortaban con las intermintentes luces, eran trazos perfectos y únicos, como los de un ángel. Su rostro me resultó familiar, tal vez era algún famoso que rondaba por la zona en busca de un lugar oscuro donde no ser reconocido. O tal vez me resutaba tan familiar por los dibujos de ángeles que tanto me gustaba mirar en internet.
El joven se llevó un vaso a la boca y tomó un trago de un líquido oscuro que no supe adivinar qué era. Abandonó su posición y se acercó hacia mí, caminando con elegancia entre la multitud, sin apenas rozarse con todos los que bailaban en la pista de baile, cosa que era casi imposible. Una vez estubo a mi lado me guiñó uno de sus ojos oscuros y pude verlo mejor. Su nariz era perfecta y sus labios finos y apetecibles. Su pelo dorado tenía destellos cobrizos que brillaban alborotados. Se paró durante un segundo, pero después dio dos pasos más y sonrió a Sandra. Suspiré. Debí suponer que alguien así no podía estar interesado en mí. Le vi hablando con ella y en seguida comenzaron a bailar. Aparté la mirada de ellos y me senté en un taburete que había frente a la barra. Pedí otra Coca-Cola y me la bebí entera de un trago. Vi a María acercarse a mí y se sentó a mi lado con una sonrisa.
-Sandra ya ha encontrado a su príncipe azul -gritó a mi oído. Yo me limité a asentir y le eché un vistazo a la pista de baile. Habían desaparecido.
-¿Dónde se han metido? -le pregunté a María. Ella se limitó a sonreír pícaramente y alzó una ceja. Enseguida comprendí el mensaje. Sandra lo había conseguido, otra vez.
Me levanté y busqué el baño con la mirada. Dos Coca-Cola de noche no eran una buena opción. En cuanto divisé el baño, me abrí paso entre la gente y dejé a María hablando con un grupo de chicos. Entré rápidamente y cerré la puerta. En cuanto hice mis necesidades, me acomodé la ropa y me miré al espejo. Claro está que el chico de antes no se iba a fijar en mí. Yo era pálida, pelirroja y con pecas. Apenas tenía pecho y era demasiado delgada, nigún chico buscaba a alguien como yo. Fue entonces cuando escuché un sonrido en el callejón. Eran voces, susurros de dos personas. Me asomé a la ventana que había y la abrí un poco. Se me hizo un nudo en el estómago al ver cómo Sandra le comía la boca al misterioso chico en el callejón trasero de la discoteca. A pesar de que lo intenté, no pude apartar la mirada, algo me impedía hacerlo. Ella se aferraba al hermoso cabello del joven con ansia, y casi no lo dejaba respirar.
El chico le besó el cuello y entonces lo vi. Sus ojos... eran rojos como el fuego. El nudo que anteriormente ocupaba mi estómago pasó a mi garganta, impidiéndome gritarle a Sandra que huyera.
Él mostró sus afilados y blancos dientes en una sonrisa traviesa. Di un traspiés y me caí al suelo, pero antes de caer, me dio tiempo a ver como el joven se alejaba de Sandra y miraba a todos lados. Me había escuchado. Tenía que huir de allí.
Le di una patada a la puerta del baño y salí despavorida, empujando a los desconocidos que bailaban tranquilamente sin saber el monstruo que había fuera en un callejón a punto de cometer un asesinato. Corrí lo más rápida que pude entre la multitud hasta que llegué al oscuro pasillo. Sin pararme, salí de la discoteca al exterior y vi a Sandra apoyada en la pared. Fui hacia ella y la abracé sin pensármelo dos veces.
-¡Oh Sandra, estás bien! -ella me miró confusa y yo me alejé un poco.
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? He pasado una noche perfecta, acabo de estar con un chico... -antes de dejarla terminar miré a todos lados. Él podía estar observándonos desde algún sitio.
-¿Dónde está él? -pregunté alertada.
-Se ha ido, escuchó algo en el callejón y se fue. Supongo que se asustó -asentí mientras la veía entrar de nuevo en la discoteca.
Tal vez fue imaginación mía, la oscuridad puede jugarnos malas pasadas. Pero esos ojos... parecían tan reales...
Sacudí la cabeza para despejarme y llamé a un taxi. Fuera lo que fuese lo que había visto, no quería volver a encontrármelo y lo que debía hacer era irme a mi casa y meterme bajo las cálidas mantas de mi cama.
Esta vez el taxista era un chico joven y que por suerte no fumaba. Fue muy amable durante todo el trayecto y estuvimos conversando sobre asuntos sin importancia. Me dejó justo en frente de mi casa y cuando fui a pagarle se negó.
-Esta vez invita la casa. Espero que volvamos a vernos -su sonrisa cálida casi me hizo derretirme en el lugar. Era un chico realmente guapo. Alto, musculoso, de piel morena, sonrisa perfecta con unos dientes blancos como perlas y el cabello negro, corto y algo despeinado, lo cuál me recordó al chico de la discoteca.
Le sonreí y le di un beso en la mejilla como agradecimiento. Troté hasta la puerta del edificio y la abrí con mis llaves. Subí las escaleras rápidamente para llegar cuanto antes a mi habitación.
Me quité la ropa y el maquillaje y me enfundé el cálido pijama. Sin darme cuenta, me desplomé en la cama entre las mantas y me quedé completamente dormida.
sábado, 8 de enero de 2011
Capítulo 01
Alcé la mirada hacia el techo y suspiré. Se me avecinaba una noche de fiesa para chicas en una de las discotecas mas importantes de Sevilla. No sabía por qué había aceptado. Tal vez por la insistencia de María, o simplemente para joder a la idiota de Sandra.
Volví a suspirar.
Recorrí mi habitación con la mirada. Todo estaba perfecto. Los pósters y fotos de Muse y Paramore cubrían hasta el hueco más pequeño de la pared. El atrapasueños indio que colgaba del techo se mecía por la suave brisa que entraba por el hueco de la ventana. La cama no tenía ni la más pequeña arruga en las mantas de estilo gótico-emo. En la estantería de libros descansaban varias sagas de estilo gótico y cinco cuadros con unos dibujos hechos por mí con las princesas disney en versión gótica.
Simplemente perfecto.
Dirigí una mirada al armario y me acerqué a él, abriendo sus puertas hasta dejar al descubierto mi magnífica colección de ropa generalmente de tonos oscuros. Mis manos merodearon por el interior buscando algo que ponerme para la "Gran Noche" que así la llamaban mis amigas. Decidí que era preferible estar cómoda, así que cogí unas medias negras rotas, y unos shorts vaqueros. Los combiné con un chaleco negro y encima me coloqué una camisa negra y roja a cuadros. Me calcé mis Converse y me miré en el espejo de cuerpo entero que había justo en frente de la cama. -Perfecta- Pensé.
Troté hacia el baño y cogí el cepillo. Desenredé mi cabello rojo caoba y lo dejé suelto, con el flequillo hacia un lado tapándome la frente pero sin quitarme visibilidad. No es por presumir, pero tenía un pelo precioso y brillante que casi me llegaba hasta la cintura.
Apliqué una fina capa de maquillaje sobre mi pálido rostro y delineé mis ojos con un lápiz negro. Utilicé gris y negro para pintarme los párpados, dándoles un efecto ahumado que resaltaba el verde de mis ojos y conseguía una mirada felina y penetrante. Cogí mi barra de labios roja pasión y la deslicé por los labios, haciéndolos parecer más grandes y apetecibles.
Aunque todos me decían lo hermosa que era, yo tenía un gran complejo de inferioridad -que sigo teniendo-.
No me veía más guapa que nadie, y siempre intentaba ir vestida de modo que no llamara mucho la atención.
Eché un poco de mi colonia Lady Rebel en el cuello.
Salí del baño y bajé las escaleras corriendo. Fui hacia la cocina, cogí mi móvil de la mesa y lo metí en el bolsillo. Mi padre había salido, pues no escuchaba la televisión, y tampoco estaba en la cocina. Supuse que estaba en el bar. Avancé hacia la entrada y descolgué las llaves del llavero para después cerrar la puerta con ellas.
En el exterior hacía una temperatura estupenda a pesar de estar en pleno invierno. Divisé varias figuras al final de la calle. Eran mis amigas. Corrí hacia ellas y cuando me vieron, no tardaron en poner cara de desagrado.
-Por favor, dime que no vas a ir así vestida -exclamó María casi dando voces en mitad de la calle como una histérica.
-Sí voy a ir así -me crucé de brazos y les dirigí una mirada retante, dejándoles claro que era mejor que no se opusieran a mi forma de vestir. Se quedaron calladas.
Las miré de arriba a abajo. María llevaba un vestido rosa súper ajustado, con un gran escote y que casi no le tapaba las nalgas, combinado con una chaqueta negra. Sandra era más discreta, pero de todos modos también parecía un putón. Su falda vaquera era tan corta que parecía un cinturón. El top rojo le quedaba ajustadísimo y dejaba que se le viera un poco del sujetador negro de encaje que llevaba. Para rematar, se calzó unas botas negras hasta las rodillas.
Decidí que era mejor guardarme mi opinión y nos encaminamos hacia la discoteca.
***
Mientras tanto, en una de las calles más oscuras de Sevilla, una chica se sentía la más afortunada del mundo por estar allí con él. Un chico hermoso que había conocido esa misma noche en una discoteca. Era tan perfecto que resultaba doloroso mirarlo durante mucho tiempo. Ella se había sentido atraída por él en cuanto lo vio, al igual que todas sus amigas. Él la contemplaba comiéndosela con la mirada. Observaba sus muslos desnudos debido al corto vestido de la joven. La parte descubierta de su pecho a la luz de la farola, sus insinuantes curvas que se marcaban bajo el vestido sin dejarle parte a la imaginación. Su melena rubia que caía en cascada hasta su cintura.
Sin embargo no era su cuerpo lo que él deseaba, pero ella no lo sabía. Estaba hipnotizada por la hermosa palidez del joven, por su cabello dorado con destellos rojos que tenía despeinado hacia arriba dándole aspecto casual. Por su cuerpo delgado pero fuerte, pues los bíceps se le marcaban bajo la camisa negra que llevaba. La joven caminó contoneándose de forma insinuante hacia el chico, el cual permaneció quieto, contemplándola. Ella, sin poder esperar más, se arrojó a sus brazos y le besó. Él le devolvió el beso de una forma agresiva y apasionada que no hacía más que despertar el deseo de la chica. Sus lenguas se entrelazaron mientras él ponía sus manos en el trasero de la joven y la levantaba con la misma facilidad que si fuera una pluma. Ella enredó sus piernas en la cintura del chico. La pobre chica estaba tan ardiente que no se percató de la fría y dura piel del joven. Él besó el hombro de ésta con delicadeza, y avanzó dejando un rastro de húmedos besos hasta llegar a su cuello. Ella gimió y jadeó intentando coger aire.
Él sonrió mostrando sus blancos y afilados dientes.
-Lo siento, lo he vuelto a hacer -su voz angelical inerrumpió los gemidos de la chica, la cuál lo miró confusa.
-¿Hacer el qué? -preguntó ella con voz juguetona.
-Jugar con la comida -respondió él con naturalidad mientras apretaba una de sus manos en el trasero de la chica y colocaba la otra en la espalda para que no se pudiese mover.
Hasta ese momento no se había fijado en que los ojos del joven eran rojos y ardientes. Entonces comprendió el peligro que corría. La chica se sacudió intentado librarse de las manos de él, pero era demasiado fuerte, ni siquiera hizio que cedieran un poco.
Volvió a acercar su boca al cuello de su asustada presa y presionó los labios sobre él con suavidad. Sonrió y sin pensárselo dos veces clavó sus colmillos en cálida piel de la chica, atravesándola hasta que sintió el sabor de la sangre entrando en su boca. Ella gritó y se retorció en un vano intento de huir. Ya no podía escapar. Gritó todo lo que pudo hasta que se sintió débil y mareada. Cerró los ojos y su cuerpo se quedó sin fuerzas. Sus brazos, que anteriormente se aferraban al cuello del vampiro, cayeron flácidos sobre los hombros de éste. Él se apartó su boca del cuello de la chica al comprobar que ya no quedaba ni una gota de sangre en ella.
Desenredó las piernas de ella de su cintura y tiró el cadáver al suelo, mirándolo con repugnacia, como si de una rata se tratase. Comenzó a caminar despacio y volvió la cabeza para echarle un último vistazo a su presa.
-Humanos... -suspiró- son tan ingenuos.
Siguió su camino con una sonrisa hasta salir del callejón. Los ogros y los cíclopes hambrientos se harían cargo del cadáver.
Volví a suspirar.
Recorrí mi habitación con la mirada. Todo estaba perfecto. Los pósters y fotos de Muse y Paramore cubrían hasta el hueco más pequeño de la pared. El atrapasueños indio que colgaba del techo se mecía por la suave brisa que entraba por el hueco de la ventana. La cama no tenía ni la más pequeña arruga en las mantas de estilo gótico-emo. En la estantería de libros descansaban varias sagas de estilo gótico y cinco cuadros con unos dibujos hechos por mí con las princesas disney en versión gótica.
Simplemente perfecto.
Dirigí una mirada al armario y me acerqué a él, abriendo sus puertas hasta dejar al descubierto mi magnífica colección de ropa generalmente de tonos oscuros. Mis manos merodearon por el interior buscando algo que ponerme para la "Gran Noche" que así la llamaban mis amigas. Decidí que era preferible estar cómoda, así que cogí unas medias negras rotas, y unos shorts vaqueros. Los combiné con un chaleco negro y encima me coloqué una camisa negra y roja a cuadros. Me calcé mis Converse y me miré en el espejo de cuerpo entero que había justo en frente de la cama. -Perfecta- Pensé.
Troté hacia el baño y cogí el cepillo. Desenredé mi cabello rojo caoba y lo dejé suelto, con el flequillo hacia un lado tapándome la frente pero sin quitarme visibilidad. No es por presumir, pero tenía un pelo precioso y brillante que casi me llegaba hasta la cintura.
Apliqué una fina capa de maquillaje sobre mi pálido rostro y delineé mis ojos con un lápiz negro. Utilicé gris y negro para pintarme los párpados, dándoles un efecto ahumado que resaltaba el verde de mis ojos y conseguía una mirada felina y penetrante. Cogí mi barra de labios roja pasión y la deslicé por los labios, haciéndolos parecer más grandes y apetecibles.
Aunque todos me decían lo hermosa que era, yo tenía un gran complejo de inferioridad -que sigo teniendo-.
No me veía más guapa que nadie, y siempre intentaba ir vestida de modo que no llamara mucho la atención.
Eché un poco de mi colonia Lady Rebel en el cuello.
Salí del baño y bajé las escaleras corriendo. Fui hacia la cocina, cogí mi móvil de la mesa y lo metí en el bolsillo. Mi padre había salido, pues no escuchaba la televisión, y tampoco estaba en la cocina. Supuse que estaba en el bar. Avancé hacia la entrada y descolgué las llaves del llavero para después cerrar la puerta con ellas.
En el exterior hacía una temperatura estupenda a pesar de estar en pleno invierno. Divisé varias figuras al final de la calle. Eran mis amigas. Corrí hacia ellas y cuando me vieron, no tardaron en poner cara de desagrado.
-Por favor, dime que no vas a ir así vestida -exclamó María casi dando voces en mitad de la calle como una histérica.
-Sí voy a ir así -me crucé de brazos y les dirigí una mirada retante, dejándoles claro que era mejor que no se opusieran a mi forma de vestir. Se quedaron calladas.
Las miré de arriba a abajo. María llevaba un vestido rosa súper ajustado, con un gran escote y que casi no le tapaba las nalgas, combinado con una chaqueta negra. Sandra era más discreta, pero de todos modos también parecía un putón. Su falda vaquera era tan corta que parecía un cinturón. El top rojo le quedaba ajustadísimo y dejaba que se le viera un poco del sujetador negro de encaje que llevaba. Para rematar, se calzó unas botas negras hasta las rodillas.
Decidí que era mejor guardarme mi opinión y nos encaminamos hacia la discoteca.
***
Mientras tanto, en una de las calles más oscuras de Sevilla, una chica se sentía la más afortunada del mundo por estar allí con él. Un chico hermoso que había conocido esa misma noche en una discoteca. Era tan perfecto que resultaba doloroso mirarlo durante mucho tiempo. Ella se había sentido atraída por él en cuanto lo vio, al igual que todas sus amigas. Él la contemplaba comiéndosela con la mirada. Observaba sus muslos desnudos debido al corto vestido de la joven. La parte descubierta de su pecho a la luz de la farola, sus insinuantes curvas que se marcaban bajo el vestido sin dejarle parte a la imaginación. Su melena rubia que caía en cascada hasta su cintura.
Sin embargo no era su cuerpo lo que él deseaba, pero ella no lo sabía. Estaba hipnotizada por la hermosa palidez del joven, por su cabello dorado con destellos rojos que tenía despeinado hacia arriba dándole aspecto casual. Por su cuerpo delgado pero fuerte, pues los bíceps se le marcaban bajo la camisa negra que llevaba. La joven caminó contoneándose de forma insinuante hacia el chico, el cual permaneció quieto, contemplándola. Ella, sin poder esperar más, se arrojó a sus brazos y le besó. Él le devolvió el beso de una forma agresiva y apasionada que no hacía más que despertar el deseo de la chica. Sus lenguas se entrelazaron mientras él ponía sus manos en el trasero de la joven y la levantaba con la misma facilidad que si fuera una pluma. Ella enredó sus piernas en la cintura del chico. La pobre chica estaba tan ardiente que no se percató de la fría y dura piel del joven. Él besó el hombro de ésta con delicadeza, y avanzó dejando un rastro de húmedos besos hasta llegar a su cuello. Ella gimió y jadeó intentando coger aire.
Él sonrió mostrando sus blancos y afilados dientes.
-Lo siento, lo he vuelto a hacer -su voz angelical inerrumpió los gemidos de la chica, la cuál lo miró confusa.
-¿Hacer el qué? -preguntó ella con voz juguetona.
-Jugar con la comida -respondió él con naturalidad mientras apretaba una de sus manos en el trasero de la chica y colocaba la otra en la espalda para que no se pudiese mover.
Hasta ese momento no se había fijado en que los ojos del joven eran rojos y ardientes. Entonces comprendió el peligro que corría. La chica se sacudió intentado librarse de las manos de él, pero era demasiado fuerte, ni siquiera hizio que cedieran un poco.
Volvió a acercar su boca al cuello de su asustada presa y presionó los labios sobre él con suavidad. Sonrió y sin pensárselo dos veces clavó sus colmillos en cálida piel de la chica, atravesándola hasta que sintió el sabor de la sangre entrando en su boca. Ella gritó y se retorció en un vano intento de huir. Ya no podía escapar. Gritó todo lo que pudo hasta que se sintió débil y mareada. Cerró los ojos y su cuerpo se quedó sin fuerzas. Sus brazos, que anteriormente se aferraban al cuello del vampiro, cayeron flácidos sobre los hombros de éste. Él se apartó su boca del cuello de la chica al comprobar que ya no quedaba ni una gota de sangre en ella.
Desenredó las piernas de ella de su cintura y tiró el cadáver al suelo, mirándolo con repugnacia, como si de una rata se tratase. Comenzó a caminar despacio y volvió la cabeza para echarle un último vistazo a su presa.
-Humanos... -suspiró- son tan ingenuos.
Siguió su camino con una sonrisa hasta salir del callejón. Los ogros y los cíclopes hambrientos se harían cargo del cadáver.
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